... de memoria lo cuento IX

TRASCRIPCIONES DE LAS CONVERSACIONES CON
CARMEN SÁNCHEZ CARREÑO,
HIJA DE JOSÉ SÁNCHEZ CASTILLO.
GRABADAS DURANTE EL OTOÑO DEL 2008 POR SU HIJO
MANUEL MIGUEL MATEO SÁNCHEZ.

Advertencia a los lectores:
Estos son, ni más ni menos, que los recuerdos de una niña de nueve años contados por ella misma setenta y dos años después, es pues un relato en el que la memoria juega un papel importante, la niñez y la vejez son los momentos en los que nuestra memoria es más frágil, pero como alguien, acertadamente dijo: “La memoria es el corazón del hombre”.


Respuesta - Y eso… Que ya está… Que nada más que eso… Que yo nunca a mis hijos les he querido contar nada…
Pregunta - ¡Pues más tonta has sido!
R- No, porque decía: “Yo no quiero intervenir… Influenciarlos… En mi manera de ser… En lo que yo pensara…
P- … Pero… Mamá, cada uno es cómo es, y si somos como somos ahora… Es por lo que hemos vivido… Tú y yo estamos… simplemente haciendo un ejercicio de memoria, para acordarnos de las personas que queremos, porque ¿Si tu no te estuvieras acordando ahora del que fue tu padre… mi abuelo? ¿Quién se iba a acordar de él?... Porque ¿Si no lo hacemos ahora? Afortunadamente el abuelo está registrado en esos papeles del cementerio, pero es que hay criaturas que los fusilaron, se los quitaron de en medio y borraron absolutamente el rastro de ellos sobre la tierra…
R- … borrados… borrados… Yo… desenterrar a las personas a los setenta y tantos años… no sería yo de esa opinión… de desenterrar a nadie, pero… yo, yo hablo por mí…
P- Nosotros sabemos dónde puede estar, pero otros… que están en las cunetas…
R- ¡Ah! Bueno… ¡Eso sí! Eso sí lo veo normal, pero otros como mi padre que deben de estar debajo de todo eso, ¡Que vete tú a saber dónde están!, porque si yo supiera que estaba en una cuneta o en cualquier sitio… ¡Hombre! Claro que sí, en un caso así sí, en un caso así sí…
P- Es que yo quiero saber tu opinión, tú eres la hija de quien estamos hablando, porque… además en el caso del abuelo sería absolutamente imposible, imposible de identificar, sería imposible su identificación ¡Si hay allí dos mil o más… uno encima de otro… con cal encima! Que después se han removido, dicen que en los años sesenta fueron a parar directamente a vertederos… sería imposible… ni aunque quisiéramos. Bueno… vamos a hablar de tu infancia… del colegio…
R- Pues eso que te conté, que llegué a la hora del colegio y le dije a la maestra: “Mire usted que yo quiero venir al colegio” y me preguntó que porqué no venía mi padre o mi madre, y le dije: “Porque mi madre no sale y porque mi padre se ha muerto” y me preguntó que dónde estaba antes y le dije que en Pinos Puente pero que nos habíamos venido a vivir a la Calle Elvira y yo quería seguir viniendo al colegio, me dijo que ahora mismo y le contesté que tenía que decírselo a mi madre, porque había venido yo sola a apuntarme… y al otro día pues empecé a ir al colegio, era en plena guerra cuando nos vinimos… cuando tiraban las bombas… nos bajábamos corriendo por la calle esa que hay bajando para abajo, y el Café Americano, en los bajos, en los sótanos, es dónde nos escondíamos de las bombas.
P- Si ¿Al lado del Gobierno Civil? ¿Dónde hay ahora una tienda de teléfonos?
R- Eso es, en el Café Americano, un edificio que hace esquina en redondo, y en los bajos es dónde nos refugiábamos con la maestra… con todas las chiquillas por delante…
P- Cuéntame lo del colegio de Las Tablas para que no se nos olvide.
R- Que el colegio no tenía tapia, que eran tablones a todo alrededor, las clases ahora son las mismas, en particular la que hay al lado de donde cogemos el autobús de Pulianas, es la misma, le han añadido y lo han hecho más grande, pero esas aulas son las mismas… las mismas, y está y estaba al ladito de La Normal… y claro… pues bajábamos por la Calle Tinajilla y nos escondíamos en El Americano… cuando era en el colegio, y cuando nos pillaba de noche o por la mañana temprano, pues nos escondíamos en los sótanos de la casa de la Calle Elvira, me acuerdo que D. Francisco, el padre del cura… que también se llamaba D. Francisco, pues el pobre hombre, que era ya muy viejecito, ¡En calzoncillos se salía el hombre! ¡Pero lo primero que se ponía era el sombrero!
P- ¿El sombrero de cura? ¿El cura?
R- No, el cura no, ¡El padre del cura! Jajá, jajá.
P- ¡En calzoncillos pero con sombrero! Jajá, jajá.
R- Claro, porque lo tenía siempre a los pies de la cama, le decía Aurora: “Padre, quite usted el sombrero de los pies de la cama” y decía este hombre: “Que no, que no, que eso es cómo si fuera mi compañero, ¡Deja mi sombrero donde está! Es que era ya muy abuelito, pero un hombre muy bueno, lo recuerdo muy delgadito… pero me acuerdo de él ¡En calzoncillos, con el sombrero, con la chaqueta echada por encima, bajando al sótano!
P- Serían calzoncillos de aquellos largos… ¿No?
R- Sí, de aquellos de pantalón, hasta los tobillos.
P- Y aquí en la escuela esta ¿Bien?
R- Sí… cuando me preguntaban por mi padre, pues les decía que había muerto de pulmonía, cómo me dijo mi madre que dijera, se extrañaban que hubiera muerto tan joven de pulmonía.
P- ¿Y con las niñas no hablabais de eso? ¿Había más niñas en tu situación?
R- Nada, nada, de eso no hablábamos, cuando ya terminó la guerra, ya si vino la hermana del cura, que era Dª. Virtudes, que son estas que yo conozco… las del estanco… las Molina, que son mis amigas esas que están en todas mis fotografías… las Molina. Pues vino esta mujer, Dª. Virtudes, que venía de Almería, que le pilló la guerra allí, que al marido lo mataron los rojos… pues esta mujer se llevaba muy bien con mi madre, muy bien, muy bien… y yo con las niñas lo mismo, y nunca sacábamos a colación nada de nuestros padres… y ¡Mira que lo hicieron mal con el padre de esas niñas! Al padre de esas niñas fueron aquellos militares, que el padre de ellas era militar, pues fueron que los llevaron lejos, lejos del puerto y les ataron sacos de cemento en los pies y los tiraron vivos… a la mar.
P- Si, se hicieron barbaridades…
R- ¡Los tiraron vivos a la mar! ¡Y menos mal que tenía un asistente! ¡Porque la mujer es ciega!... con: Elena, Loles, Paco, Manolo, Pica y Juanita ¡Con seis hijos! La Juanita recién nacida… dándole el pecho la mujer… y se quedó con seis hijos en Almería y sin familia ninguna, el asistente que tenía el marido… que era un muchacho de Almería fue el que las cuidó a las niñas y a ella, iba todos los días, les procuraba comida de dónde fuera… ¡Ellas han comido cáscaras de patatas, cáscaras de naranja!... de buscar en los calderos de basura en las puertas, eso me lo han contado ellas, ahora están muy bien, porque han estado cobrando una buena paga por el padre.
P- Porque el padre era militar, militar de la zona nacional… porque es lo que hemos hablado antes, que tanto mal lo hicieron en una zona cómo en otra… pero un sitio… en un lugar… en un lado de la balanza, afortunadamente recuperaron su memoria y los honraron… y en el otro lado…
R- Claro, ella después cuando ya vino aquí a Granada, cobraba una buena paga, y a las dos hijas que se han quedado solteras… que todas tienen carrera, a la Loles que era de mi edad, que es maestra de escuela y se quedó soltera, y a Juanita… pues las dos cobraban la paga del padre cuando murió la madre, aparte de sus sueldos por sus trabajos.
P- ¿La paga de la madre de viuda le quedó a las dos hijas?
R- La paga de la madre… ¡Si ellas mismas lo decían! A mi me decían Carmencita, y me decían: “Carmencita, es una injusticia que tú tengas que estar trabajando para vivir tu madre y tú, y que nosotras con una carrera y ganando un buen sueldo… tengamos encima una paga”… Ellas mismas me lo reconocían.
P- Pero eso ya lo hablabais de mayores, ¿De niñas no?
R- No, de niñas no, lo único es que yo pasaba muy malos ratos porque claro, como decían que los rojos eran tan malos… que estaban en el infierno quemándose… pues yo tenía unas pesadillas… por las noches… yo veía a mi padre alzando las manos… pidiendo… como decían eso, pues… unas pesadillas… unas cosas.... Y eso que te estaba contando antes, que con nueve años me vino la regla y a los doce años se me quitó.
P- ¿Y eso?
R- Y estuve… cerca de dos años sin la regla, entonces pues como no había médicos… vamos… que no había Seguro, pues el Carmen de la Cruz que le dicen, que es por ahí por la Calle Zenete, yo no sé si existirá todavía el Carmen de la Cruz
P- Pues no sé… en el Zenete hay muchos Carmenes, pero no sé a que te refieres.
R- Pues… ahí venían muchachos que estaban estudiando medicina, y a la gente que no teníamos medios ningunos, pues pasaban visita… pero eran estudiantes, entonces me hicieron unos análisis… yo no sé cómo me hicieron los análisis… ¿Si entonces había análisis o era porque te veían…? El caso es que yo tenía anemia y estuve muchísimo tiempo que iba y ellos mismos me proporcionaban las medicinas y ellos mismos me las ponían… me llevaba mi madre… al Carmen de la Cruz.
P- ¿Era el primer Carmen que hay en la Calle Zenete?
R- Pues no sé, sólo sé que subíamos cuestas.
P- Y sobre que año fue eso, porque si antes vimos que con nueve años te vino por primera vez la regla… esa Navidad… ese invierno, y dos años después se te retiró… justamente cuando acabó la guerra.
R- Pues más o menos en ese tiempo, cuando acabó la guerra, porque estaba yo muy delgada, muy delgada, cómo en esa foto que digo… Ya estábamos en la Calle Elvira… con poca comida… sin comer.
P- El cuerpo se regula… cuando…
R- Y me dijeron eso, que era una anemia muy grande, muy grande, y me pusieron inyecciones, pero que ellos mismos las traían.
P- ¿Quién pagaba esas inyecciones? Porque vosotras no teníais dinero ¿No?
R- No… ellos mismos las proporcionaban y me las ponían, iba mi madre conmigo y me las ponían, eran estudiantes… que no eran médicos, eran estudiantes y se dedicaban a eso… a lo mejor luego han sido eminencias… vaya usted a saber si luego han sido buenos médicos, pero que yo no me acuerdo de nombres ni nada, nada más que eran muchachos jóvenes, y ya está. Si me acuerdo que cuando vino mi hermano al terminar la guerra, pues mi hermano me decía a mi “el gatillo”, porque yo vine a los muchos años en la casa… y mi hermano Antonio me llamaba así: “¿Dónde está el gatillo? ¿Dónde está el gatillo? Porque yo era muy mimosa, muy pegadilla a ellos… y me decía “el gatillo”, y cuando vino mi hermano dijo: “¿Pero qué es lo que habéis hecho con el gatillo? Pero ¡Cómo está! ¡Si está encanijado!... porque estaba muy delgada, muy delgada… vestidita de negro… toda enlutada… con las trenzas… con los lacillos de las trenzas negros… mucha cara de tristeza… y decía eso… eso si me acuerdo de mi hermano Antonio.
P- Es que esa época fue la peor…
R- Fue una época muy mala, muy mala. Decía mi hermano Antonio… porque comíamos muchas verduras: espinacas, en el tiempo de los boniatos… boniatos… eso es lo que comíamos, compraba mi madre un cuarto de litro de leche… y ¡Fíjate tú la gente que estábamos! Y decía mi hermano: “¡Madre! ¡Trae la hoz! Mi madre le decía que no había… que no éramos del campo, y él le decía: “Es que voy a segar todo lo que he cagado” Jajá, jajá… porque decía que no había cagado nada más que verde… es que mi hermano era muy guasón, lo mismo que mi hermano Pepe era más serio, más formal… Antonio era muy cachondo, eran opuestos. Antonio era mecánico, todo el día con su mono, él iba con su mono muy orgulloso a todos lados.
P- Mamá ¿Tú te acuerdas de haber visto manifestaciones o algo así en el pueblo? Cuándo te llevó el abuelo a ver a D. Fernando de los Ríos ¿Te acuerdas de algo de esto?
R- No, también el abuelo me llevaba mucho al campo, a la media luna que hay allí en Pinos Puente… por dónde está la Virgen de las Angustias, la media luna le decían, que ahora creo que es por donde viven los gitanos de Pinos Puente, por ahí me llevaba mucho mi padre de paseo.
P- No te preguntaba si el abuelo te llevaba a otras manifestaciones o así, quería saber si te acordabas tú de eso, o de tumultos, de manifestaciones por lo de las elecciones… porque ¿En Pinos Puente no quemaron iglesias, ni cosas así?
R- No, que va, que va, ni mucho menos… lo único que sí recuerdo del colegio cuando… cuando la República, cuando pusieron aquella fotografía con la mujer aquella con el gorro ese… colorao… que quitaron el crucifijo.
P- ¿En la escuela?
R- Sí, con la bandera… ¿Y con el pecho fuera? De eso sí me acuerdo algo.
P- ¿Y cómo lo llevaban los maestros eso?
R- Pues no sé… con esa edad… yo hasta los nueve años fui la niña más feliz del mundo… en mi casa había perros, había gallinas, había conejos, jugábamos mucho con los animales… a mi padre le gustaban mucho los animales, teníamos dos perros, uno que se llamaba Toni y otra que se llamaba… la perra Loli.
P- ¿Loli? ¿Cómo tú hermana?
R- Toni y Loli… uno Toni por mi hermano Antonio y la perra por mi hermana Lola, pero al Toni lo mató un carro, porque entonces lo que había por las calles eran carros, y se quedó cojo…
P- ¿Y a la Loli?
R- A la Loli… pues se murió de vieja, porque ya era muy vieja, muy vieja, pero que todos los años traía perros… pero que yo ¡Lo mismo que veía perrillos, dejaba de verlos! No sé lo que harían con los perros… Jajá, jajá… yo lo que sé es que los veía chiquiticos y luego no… Pero tengo una fotografía con mi perro Toni.
P- Sí, sí que me acuerdo de esa fotografía.
R- Pero que en esa fotografía tengo la cabeza cortada, porque no me gustaba cómo estaba yo en ella.
P- Me acuerdo que lo dijiste alguna vez… creo que en la fiesta de tu ochenta cumpleaños, que te lo echaron una vez los Reyes o te lo regalaron en Nochebuena.
R- Sí, pero que yo veía perros chicos y luego ya no les veía más, a mi no me daba nadie explicaciones...
P- Y luego, cuando murió el abuelo ¿Ya no había animales?
R- Ya no había nada… ¡No había ni macetas! Ya te he dicho que me acuerdo que echó mi madre las persianas… las tres persianas de los balcones… y allí no salía nadie a regar las macetas. Yo entonces no entendía, a lo mejor si hubiera sido más grande, a lo mejor hubiera salido yo a regarlas… pero…
P- Se acabó tu mundo…
R- … íbamos a vender el jabón, y a mi hermana cómo le daba vergüenza… me mandaba a mí, me decía que subiera y ella me esperaba abajo… para coger el dinero, ella llamaba y preguntaba si querían jabón, y ya nos decían que subiéramos… íbamos mucho por el barrio Fígares y por todo eso ¡Nos veníamos andando desde Armilla hasta la calle Elvira! ¡Con lo que pesaban los cestos! Que eran cestos de esos de mimbre.
P- ¿Y por qué desde Armilla?
R- Porque en Armilla era dónde nos lo daban, nos lo vendían.
P- Ah, claro.
R- Íbamos a Armilla, nos daban el jabón y nos veníamos hasta la calle Elvira con diez o doce kilos de peso, diez o doce kilos de peso cada una, uno cada una y otro entre las dos con la otra mano libre, y luego con trapos puestos por encima para que no se viera, porque era de estraperlo ¡Eso era estraperlo! ¡Era estraperlo!
P- ¿Contrabando?
R- Estraperlo era cómo le decían… y claro, yo subía a las casas, con aquella carilla que tenía… y me decían: “¡Niña, que no dejes de venir la semana que viene! ¡Bonica, que no dejes de venir! Que se ve que les daba lástima o lo que fuera, pero, oye que ¡Vendíamos el jabón cómo rosquillas! Que cuando llegábamos a la calle Elvira guardaba mi hermana un pedazo para lavar nosotras, porque no se enteraba ningún vecino de lo que hacíamos, no se enteraba ningún vecino del trapicheo que nos traíamos…
P- ¡Pero las canastas si las verían!
R- Las canastas si... pero cómo las llevábamos vacías… nos traíamos el jabón justo que sabíamos, porque mucho nos lo encargaban de semana en semana, íbamos los sábados… que es cuando yo no trabaja en el Taller… o cuando no tenía colegio, y cada semana pues nos lo tenía más o menos encargado.
P- ¿Y en la casa quien compraba o cocinaba? ¿La tita Lola?
R- Cocinaba la abuela.
P- La abuela era quien gobernaba la casa…
R- Y yo era la que traía los mandados.
P- ¿Y la tita?
R- Pues la tita, pues las cosas de la casa… lavar, fregar, que entonces había que fregar de rodillas, teníamos pila, teníamos pila en la cocina pero no había agua.
P- ¿Y en la calle Elvira dónde ibais a por el agua?
R- A la placeta de la Cuna que había un grifo público de agua potable.
P- ¿A la entrada de la calle Elvira?
R- No, en la placeta de la Cuna
P- ¿Cuál es esa placeta?
R- Pues dónde se ensancha la calle Elvira, que hace cómo una placeta, que ahí es dónde antiguamente estaba la Casa de la Cuna, y ahí había un pilar.
P- Entonces ¿No estaba muy lejos?
R- No, no, de ahí traíamos el agua, y cuando ya se vinieron el padre y la madre de los primos a vivir al Albayzin, pues la tita Lola se fue con ellos, y ya nos quedamos la abuela y yo solas, porque ellos tuvieron una muchacha que se llamaba Encarnita que les hacía las cosas de la casa, pero cuando empezaron a venir niños y estaría la cosa más achuchada, pues se fue y dispusieron que para tener una persona de la calle, pues que se fuera la tita con ellos, y ya pues vivía allí, dormía y todo, y entonces estábamos la abuela y yo solas. Yo le traía a mi madre cuando venía por la tarde del trabajo… por la noche, pues le traía todo el agua que necesitara para todo el día, para guisar y para beber, porque abajo en la casa había una alberca muy grande y allí se cogía para lavar, para fregar y para todo, pero había que había que bajar abajo a los patios… unos patios muy grandes con unas escaleras muy pendientes.
P- ¿Dónde cocinabais en la calle Elvira?
R- En la cocina…
P- ¿Con leña? ¿Con carbón?
R- Con carbón ¡Que cuando nació tu hermana Maria Carmen todavía guisaba yo con carbón!
P- ¿En una hornilla económica?
R- ¡No! ¡Allí era una hornilla muy chica! Que metías el carbón y el torción… ¡yo me acuerdo!
P- Y el carbón ¿Dónde lo comprabais?
R- Pues en todos los sitios.
P- No te preguntaba yo ¿Dónde? Sino ¿Cómo? Porque no había muchos dineros…
R- Jajá, jajá… pues resulta que cuando nació Maria Carmen… por eso me acuerdo, pues cuando nació todavía guisaba yo con carbón, porque una noche a la niña le dio un cólico y se puso a llorar y a llorar… y me dijo mi madre que le hiciera manzanilla, que era lo mejor para eso, y yo me puse: encendí el torción… encendí el carbón… sopla que te sopla… que empezó a chisporrotear… hirvió el agua… le hice la manzanilla… Y cuando le llevé a la niña la manzanilla… ¡La niña se había dormido! Jajá, jajá
P- Jajá, jajá… que hoy en día la metes en el microondas… Jajá, jajá
R- Jajá, jajá… y entonces me compré un infiernillo que era con alcohol, que ese infiernillo lo tiene tu hermano Javier, que le gustó y se lo di yo, que lo tienen de adorno en la cocina, y el infiernillo tiene un depósito con alcohol y una mecha, y le dabas a una ruedecilla y eso en un momento estaba encendido, y para una manzanilla o para una cosa de esas era muy rápido… pero en los primeros tiempos… Me acuerdo que en mi casa en Pinos Puente había un quinqué maravilloso que era de mi abuela y que no sé que habrá sido de él. También me acuerdo que en la calle Elvira había una placa de mármol, entre las dos ventanas… entre la ventana del cura y la nuestra, la de Aurora y la nuestra, pues había una placa que ponía: “Aquí se inauguró el Fomento de las Artes el dieciocho de junio de mil ochocientos ochenta y dos”.
P- ¿El Fomento de las Artes?
R- Sí.
P- Pues ya que estamos con las artes ¿Qué más libros recuerdas del abuelo?
R- Pues ya te he contado que le gustaba mucho que leyera en El Quijote y por eso leo tan bien, que siempre me lo han dicho… que me acuerdo que el cura este D. Francisco cuando hacíamos el mes de María en la casa de él, porque su hermana Aurora era un primor la muchacha, que es la que estaba con él… y con el padre, ya cuando el padre murió se quedaron los dos, y cuando murió el cura se metió ella a monja de Cristo Rey… y sé que ha muerto hace poco… y… ¿Qué iba yo a decir? ¡Ah! Del cura, que cuando hacíamos el mes de las flores en la casa… Aurora hacía un altarico muy bonito, ponía la Virgen… le poníamos flores… y cuando lo hacíamos, D. Francisco siempre me ponía a mí a que leyera y decía: “¡Hay que ver esta niña con lo lista que es, cómo está perdiendo el tiempo sin estudiar!... pero ¿Cómo estudiaba?
P- Bueno mamá… pero lo has hecho de mayor.
R- Sí, pero que este hombre me decía que leía muy bien, que pronunciaba muy bien
P- Seguro que es porque el abuelo te leía ¿Te acuerdas cuando te leía?
R- Pues por las noches.
P- ¿Y que te leía?
R- Pues los periódicos, cómo le leía a mi madre el periódico, porque mi madre no sabía leer ni escribir, pues a mí también, que me acuerdo que cuando estaba en el calabozo me decía: “Que le sigas leyendo, que le leas a tu madre los periódicos y que le leas las novelas” Que a la abuela le gustaban mucho, que se las traían y cuando ya juntaba todos los cuadernillos, que eran por entregas… que me acuerdo de otra que se llamaba Los huerfanitos, pues cuando ya las tenía todas pues las encuadernaba, bueno, las llevaba a que se las encuadernaran, y yo y mi padre se las leíamos y se las releíamos, la pobre mujer pues no sabía leer y le gustaba mucho que se las leyeran, y yo todas las noches pues le leía un capítulo, porque mi padre me enseñó a mí a leer y a escribir, cuando yo fui al colegio, yo ya sabía leer y escribir. El padre de los primos quería que yo estudiara con él, que yo me examinara por libre y me sacó hasta los papeles…
P- ¿La matrícula?
R- Sí, para que yo estudiara por libre, pero… ni él tenía paciencia… y yo me echaba a llorar… y a mi madre le daba lástima de verme llorar y mi hermano, el padre de los primos daba un puñetazo en la mesa, porque me quería enseñar y yo… yo ya me echaba a llorar, y mi madre se metía por medio…
P- Y antes… ¿Con el abuelo?
R- Pues me hacía que leyera con él un cuento que venía con aquel periódico… con El Imparcial, me hacía que lo leyera, me ayudaba a leerlo…bueno él me ayudaba a que lo entendiera, porque había cosas que yo las leía de carretilla ¿No? Y él me ayudaba a entenderlas, porque yo me distraía… que si la madrastra… que si uno… que si el otro… Y el me lo explicaba: “Que esta es hija de esta… que este es el padre de…” Y me ayudaba a entenderlo, porque yo lo leía como una niña… de carretilla.
P- ¿Y el abuelo o la abuela cantaban?
R- La abuela si tenía muy buen oído
P- ¿Te acuerdas de escucharla cantar?
R- … Cancioncillas de esas… se las cantaba a Mari Carmen cuando la quería dormir, que fue cuando ella empezó a espabilarse un poco, a partir de que hubo un niño chico dentro de la casa… fue que la abuela se espabiló un poco… sí.
P- … se animó un poco ¿Hasta cuando tuvo luto la abuela?
R- Toda la vida, hasta que se murió… murió de negro, ya ves… que los delantales me empeñaba yo en hacérselos… a lo mejor… de listillas blanquillas y negras, y no los quería, me decía que no le hiciera ese delantal, que lo quería negro.
P- ¿Y el abuelo no cantaba?
R- No, no me acuerdo, pero el abuelo era muy cachondo, muy divertido… mi madre era más seria… mi madre era más seria.
P- ¿La tita Lola si cantaba?
R- Bueno… un poco.
P- Es que creo que me he confundido, que os he escuchado alguna vez decir que quien cantaba bien era la tita Dolores, la hermana de papá.
R- Sí, ella sí, cantaba muy bien, en todas las procesiones… cuando salían las procesiones y cuando se encerraban cantaba saetas ¡Era que se te ponían los vellos de punta de bien que cantaba! ¡La tita Dolores sí que cantaba bien!

… continuará

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Alexis Díaz-Pimienta dijo...

Una niña infeliz y octogenariaYo hasta los nueve años fui la niña más feliz del mundo…

Carmen Sánchez


Cuando sonó el disparo Carmen estaba en lo más alto,
saltando a la comba,
y 74 años después no ha descendido todavía.
Desde allí, desde lo alto, con una pierna adelantada
y otra recta, Carmen llegó a la adolescencia,
se casó, tuvo hijos, enviudó, tuvo nietos,
y ahora parece una rareza familiar
ver a la abuela así, suspendida en el aire.
Desde lo más alto de la comba
la niña Carmen vio cómo los guardias civiles
se llevaban a su padre, que iba fumando
un cigarrillo, tan tranquilo.
Desde lo más alto de la comba
la madre Carmen vio crecer a sus hijos,
vio nacer a sus nietos.
Desde lo más alto de la comba
la abuela Carmen sigue oyendo el disparo
pero ya no se asusta, y no deja de saltar,
y no le dice nada a sus hijos y nietos,
porque teme que ellos dejen
de darle a la comba, y caer, desde esa altura,
con todo el peso de sus nueve años,
sobre las heridas de su padre.


II

Mateo va a cumplir dentro de poco
la edad con que mataron a su abuelo.
Mateo tiene sal en el pañuelo.
Mateo es él también y ellos tampoco.

Mateo va a cumplir cuarenta y siete
y siente los disparos (o el disparo).
Mateo ante una estatua se ve raro.
Mateo a no escarbar se compromete.

Mateo le hace fotos al olvido.
Mateo colecciona partituras
Mateo toca píldoras de oído.

De tanto envejecer, a estas alturas,
Mateo no es Mateo. Siempre ha sido
el padre de su madre en horas duras.


III

Mateo realmente es el que agita
la comba en la que Carmen salta y salta.
Y mientras ella está en la parte alta
Mateo es quien atiende a la visita.

La niña-madre-abuela necesita
que no pare la comba, le hace falta.
desde arriba la sangre no le asfalta
el rumbo hacia su estatus de viejita.

Ahora que el tiempo mancha, tinta, unta,
Carmen (risa traviesa a ras a de cielo)
canta y juega y responde y no pregunta.

Mientras toda Granada sigue en duelo
Mateo da a la comba en una punta
y en la otra, José Sánchez, el abuelo.

IV

Con todo el peso de sus nueve años
Carmen Sánchez Carreño ha permitido
que Mateo rescate del olvido
desazones de todos los tamaños.

Se sientan madre e hijo como extraños.
Mínima grabadora. Cero ruido.
Ella, toda memoria; él, todo oído,
y escarban en los bienes y en los daños.

El llanto le humedece el crucifijo.
No fue un simple disparo, fue una bomba.
Graban madre y abuela, nieto e hijo.

Fotos en blanco y negro. Llanto en tromba.
Tenía nueve años, ya lo dijo,
y aún sigue en lo más alto de la comba.

Con todo mi cariño: Alexis Díaz-Pimienta