Memoria, la llama encendida I



Con este título voy a nombrar este tipo de entradas al Blog del abuelo: textos que por su belleza, denuncia o interés, merezcan la pena ser rescatados y colgados aquí. En este caso dos artículos de opinión de GRANADA HOY, un diario que se está destacando por el seguimiento de todo lo relativo a la
Memoria Histórica.

El dolor verdadero
GRANADA HOY, Sábado, 5 de Febrero de 2011

Lo que ocurrió ayer en el cementerio de Granada tras la inauguración de la escultura La Piedad de Eduardo Carretero merece formar parte de la historia local de la abyección. El Ayuntamiento pretendía promover la reconciliación con el nuevo encargo escultórico pero lo que hizo fue remover aún más la controversia sobre uno de los sucesos más inhumanos ocurrido en Granada en el siglo pasado. El concejal de Patrimonio José María Guadalupe, en su afán de justificar la negativa de su partido a colgar la placa en recuerdo los 3.000 fusilados, puso en juego un argumento perverso: no se puede poner la placa porque las tapias del cementerio no son las originales. Es decir, faltan las pruebas para adherir los epitafios. Y por si faltara poco, el gerente de la empresa municipal del cementerio, José Antonio Muñoz, apuntilló: los impactos visibles en los muros del siglo XIX no son de balas. Sólo le falto añadir el corolario: si las tapias son posteriores y las marcas de los proyectiles falsas, no hay indicios originales de los fusilamientos. No lo dijo así, por supuesto. Digamos que la comitiva municipal se contentó de momento con deslegitimar las pruebas. Y si no hay pruebas ¿qué museo se puede construir, qué justicia reclamar? Lo dejaron en el aire.
Lo que las asociaciones de Memoria Histórica y los familiares de los fusilados pretenden salvar del olvido al colocar una placa no son las tapias ni los impactos. No los mueve un ansia de coleccionismo barato ni el anhelo de probar la autenticidad de los ladrillos horadados. Es algo mucho más profundo y doloroso. Es la muerte, la matanza continuada y masiva de personas que ocurrió allí o cien metros más abajo. En este paño concreto de la pared o en otro desaparecido. Da igual. Lo que la placa quiere evocar es un tramo dolorosísimo de la historia que no puede ser cuestionado en función de la edad de las briquetas o del adobe.
El exterminio físico es, además de un crimen de lesa humanidad, una condena a la relegación absoluta. Los que matan y exterminan por odio a quienes consideran sus enemigos lo que pretenden, más allá de la aniquilación física, es suprimir del todo su memoria. Unas veces lo consiguen y otras no. En 1936 las escuadras negras franquistas trataron de borrar de la historia a varias generaciones de granadinos mediante ejecuciones sumarias, pero no lo lograron del todo. Arrumbaron los cadáveres y enterraron de mala manera sus huesos pero no pudieron cancelar su herencia cívica ni acabar, como escribió Garcilaso, con el "dolorido sentir". Una de las tareas más nobles de las generaciones consiste en preservar del olvido a sus mayores, sobre todo cuando fueron víctimas de una masacre que pretendía, además de acabar con sus vidas, arrancarlos de la historia.


Alejandro V. García






La 'Piedad' de los impíos
GRANADA HOY, 7 de Febrero de 2011


En la mañana del 20 de julio de 2010, el diario Ideal de Granada informaba de que Lorca, según Luís Rosales, "fue partidario de una dictadura militar". Por la tarde, ante las tapias del cementerio de San José, donde fueron fusilados miles de granadinos, una mujer leyó la carta que uno de los asesinados escribió a su familia poco antes de morir.
En ella, un ferviente cristiano, rogaba a su gente que perdonasen a los que lo iban a matar y que vivieran sin odio, que apagaran los deseos de venganza. Expresaba también su esperanza de reunirse con ellos en el Cielo. Ambos podrían haber sido abatidos por fuego amigo. ¿Los mataron sus propios correligionarios? ¿Qué guerra fue aquella? ¿Es que había ganas de matar? ¿Es que cada cierto tiempo no hay más remedio que matar por matar? ¿Cualquier excusa sirve para matar? ¿Cómo han asimilado este horror los ejecutores directos, los que no sacaron beneficio mayor de las muertes que produjeron, los que se mancharon las manos con la sangre de los cadáveres? ¿Cómo han podido vivir durante estos años? Porque el olvido barrió, en primer lugar, los perfiles de los motivos que les llevaron a apretar el gatillo y cada vez les fueron pareciendo más insignificantes.
A los que ocuparon los sitios que arrebataron a los asesinados, en los ayuntamientos, en la Universidad, en las escuelas, en el tajo, en la consideración y el aprecio de sus vecinos, la dulce regalía les anestesió el remordimiento, pero, ¿y los que mataron por nada?, ¿y los que no obtuvieron nada por matar?, ¿y los que siguieron en su miseria, sin el más mínimo reconocimiento, apechugando con el crimen del que, en la mayoría de los casos, sólo fueron meros instrumentos?, ¿esos que se encontraban diariamente con las madres, los hermanos de los asesinados por la calle, esos que olvidaron todo menos las caras de incomprensión y horror de los que recibían sus balas?
Esos son los que han impregnado a la ciudad de un cierto tono de desesperanza impenetrable. No hay tópico más deleznable que el de la malafollá granadina, como algo que los naturales de la ciudad llevaran en sus genes. Esa tristeza suspicaz y altanera, ese resentimiento del que se sabe mal pagado, la sospecha y la reserva que algunos granadinos practican con todo y con todos, no tiene nada que ver con los genes, es uno de los efectos indeseables de aquel fuego amigo/enemigo que acabó con lo mejor de la ciudad para que emergiesen las medianías que ni siquiera eran fascistas, simplemente eran unos criminales aprovechados. Por eso cuesta tanto quitar una estatua de José Antonio de una plaza de Granada o mantener las humildes placas conmemorativas del horror en las tapias del cementerio.
Por eso es tan fácil erigir una 'Piedad' dentro del cementerio y obligar, impíamente, a que el recuerdo de los fusilados se desvanezca ,como un signo más de su Derrota, dónde y cómo quieren los que todavía se consideran hijos de la Victoria.

Pablo Alcázar

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