75 años sin el abuelo

Hoy hace 75 años que el abuelo no está con nosotros.
Lo asesinaron en las tapias del cementerio de Granada la madrugada del 25 de agosto de 1936. Sus asesinos dejaron a mi abuela viuda, y a mi madre y a sus hermanos huérfanos. A José Sánchez Castillo le privaron de ver crecer a sus hijos, de cuidar de su esposa, de disfrutar de la amistad y el cariño de su familia y amigos. No contentos con ello, quisieron humillarlo aún más arrojando su cadáver a una fosa común junto a miles de víctimas como él.
Allí o en cualquier lugar cerca de allí reposan sus restos, no sabemos dónde. Pero lo que no pudieron ni podrán robar nunca, ni a él ni a nosotros, será su memoria, su recuerdo, su presencia, su paso por la vida.
Hoy quiero rendirle homenaje a José Sánchez Castillo, mi abuelo, colgando este vídeo en el que leo dos poemas en memoria de él y tantos que como él murieron sólo por defender el mundo en el que vivían, por más que algunos y algunas intenten reescribir, falsear u ocultar lo que en verdad sucedió: nuestra historia.




Una niña infeliz y octogenaria
Yo hasta los nueve años fui la niña más feliz del mundo…
Carmen Sánchez Carreño



I
Cuando sonó el disparo Carmen estaba en lo más alto,
saltando a la comba,
y 74 años después no ha descendido todavía.
Desde allí, desde lo alto, con una pierna adelantada
y otra recta, Carmen llegó a la adolescencia,
se casó, tuvo hijos, enviudó, tuvo nietos,
y ahora parece una rareza familiar
ver a la abuela así, suspendida en el aire.
Desde lo más alto de la comba
la niña Carmen vio cómo los guardias civiles
se llevaban a su padre, que iba fumando
un cigarrillo, tan tranquilo.
Desde lo más alto de la comba
la madre Carmen vio crecer a sus hijos,
vio nacer a sus nietos.
Desde lo más alto de la comba
la abuela Carmen sigue oyendo el disparo
pero ya no se asusta, y no deja de saltar,
y no le dice nada a sus hijos y nietos,
porque teme que ellos dejen
de darle a la comba, y caer, desde esa altura,
con todo el peso de sus nueve años,
sobre las heridas de su padre.


II
Mateo va a cumplir dentro de poco
la edad con que mataron a su abuelo.
Mateo tiene sal en el pañuelo.
Mateo es él también y ellos tampoco.
Mateo va a cumplir cuarenta y siete
y siente los disparos (o el disparo).
Mateo ante una estatua se ve raro.
Mateo a no escarbar se compromete.
Mateo le hace fotos al olvido.
Mateo colecciona partituras.
Mateo toca píldoras de oído.
De tanto envejecer, a estas alturas,
Mateo no es Mateo. Siempre ha sido
el padre de su madre en horas duras.


III
Mateo realmente es el que agita
la comba en la que Carmen salta y salta.
Y mientras ella está en la parte alta
Mateo es quien atiende a la visita.
La niña-madre-abuela necesita
que no pare la comba, le hace falta.
Desde arriba la sangre no le asfalta
el rumbo hacia su estatus de viejita.
Ahora que el tiempo mancha, tinta, unta,
Carmen (risa traviesa a ras de cielo)
canta y juega y responde y no pregunta.
Mientras toda Granada sigue en duelo
Mateo da a la comba en una punta
y en la otra, José Sánchez, el abuelo.


VI
Con todo el peso de sus nueve años
Carmen Sánchez Carreño ha permitido
que Mateo rescate del olvido
desazones de todos los tamaños.
Se sientan madre e hijo como extraños.
Mínima grabadora. Cero ruido.
Ella, toda memoria; él, todo oído,
y escarban en los bienes y en los daños.
El llanto le humedece el crucifijo.
No fue un simple disparo, fue una bomba.
Graban madre y abuela, nieto e hijo.
Fotos en blanco y negro. Llanto en tromba.
Tenía nueve años, ya lo dijo,
y aún sigue en lo más alto de la comba.


Con todo mi cariño: Alexis Díaz-Pimienta
1 de mayo de 2009




HISTORIA DE ESPAÑA (NUDO)

Un nudo. Esto, explica la anciana,
fue lo último que hizo mi padre
con sus propias manos
. Un nudo.

Piénsalo.

Es lo último que hace ese hombre
con sus propias manos.

No estrecha entre sus brazos
a su madre, a su hermano o a un amigo.
No acuna en ellos a su hija recién nacida.
Tampoco le acaricia las nalgas a su mujer,
ni le acaricia los pezones, los pechos,
las mejillas, el pelo tan siquiera...No,

con ellas, con sus propias manos,
lo último que le permiten hacer a ese hombre
antes de fusilarle
y arrojarlo a una fosa común es

Un nudo, repite la anciana
para las cámaras de televisión
de un canal
de historia. Historia
de España: de un tajo,

el entierramuertos cortó el cordel
que el padre de la anciana
se había atado alrededor del tobillo
para responder así a la pregunta
que horas antes, le había hecho su mujer:

¿y cómo vamos a distinguir tu cuerpo
entre todo ese montón de cadáveres?


Mientras aparecen los títulos de crédito,
la anciana le da un beso al cordel,
y luego devuelve a su caja de pino
este nudo
que todavía nadie, repito, nadie, se ha molestado
en deshacer.

David González, del libro Anda, hombre, levántate de ti.

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